martes, 23 de noviembre de 2010

Rafael Arenas García. Todos nosotros


Todos nosotros 

Se arreciman encogollados sobre ocres barras de hierro
y gritarían su tristeza al viento
si éste aún soplara entre las basuras y los excrementos.
Un cielo oscuro contra el mar inmóvil.
Las noches sin luna todo lo engullen.
Vomitan su negro sobre farolas de luces amarillas,
sobre ciudades de alquitrán y cemento.
El mundo se rasca los piojos apelotonados en su cabeza,
como manadas de cebras
huyendo de uñas grasientas.
Crecieron, se multiplicaron y movieron,
llegaban hasta el mar y se preguntaban
¿no hay más? y allí se amontonaban.
Perdieron el recuerdo del calor de los bosques,
el sabor de la sangre en las manzanas.
Olvidaron el crepúsculo en las tendidas praderas,
el aire en el rostro, el cielo sobre la cabeza.
Escaleras estrechas, letras en los ascensores.
"Sí cabemos, nos apretamos".
Intimidad sobre el linóleo despegado;
cebolla, brillantina y heces;
ojos húmedos, furtivos, indiferentes;
cáscaras que se repelen.
Chabolas con suelo de tierra preceden a las paredes de doble papel,
las ratas quedan atrás y debajo;
resbalan en pulidas tuberías de acero
que llevan el gas a quienes viven encogollados sobre ocres barras de hierro
y mueren en la noche de llamas y explosiones,
igual que poemas inacabados.

En días muy tristes y, por desgracia, casi indiferentes.

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