martes, 23 de noviembre de 2010

Mario Sarramián. Tsunami

Los cactos del patio han crecido una media de 11 cm en sólo 40 días. El más pequeño ha
superado en 7 cm la altura máxima que puede alcanzar esta especie vegetal, Cereus centesimus,
según los manuales de botánica más cualificados.

Una mosca embistió repetidamente contra la ventana del dormitorio. Lo hizo con el scutum,
larguísimo tiempo, hasta que abrí la ventana y la eché fuera de un fuerte soplido. Agotada por el
esfuerzo -acababa de consumir 8 J en ese absurdo aleteo, el doble que yo observando la escena-,
la criatura se posó a 210 mm de la ventana por espacio de 17''. Cagó una sola vez sobre el chasis
del aparato de aire acondicionado. “Singular escritura”, pensé.
Un gorrión muy cuco, pero gorrión al fin y al cabo, colmó sobradamente sus necesidades
alimenticias de aquel lunes 13 de septiembre de 2010.

Hace un par de años que aún hay mosquitos en enero. Sus picadas son, si cabe, más molestas
que las de agosto. Los murciélagos, debo añadir, sólo dejan de volar ciertos días de diciembre, y
no precisamente los más fríos. Las frecuencias de sus gritos han aumentado un 31'6%, idéntico
porcentaje en el que también lo ha hecho la población de cínifes en mi barrio.

La vecina del 1.º, azafata de vuelo, anteriormente bailarina de pole dance, ha vuelto a rezar antes
de acostarse. El murmullo denota ansiedad y miedo, y se prolonga hasta bien entrada la noche.
Recién comenzada la primavera, la sorprendimos recogiendo un crucifijo del contenedor amarillo.

La luz solar es notablemente más intensa desde el pasado 3 de agosto. Mediado el último
cuatrimestre del año, la temperatura no baja de 34 ºC.

Creo que nadie se atreve a predecir qué mutaciones causarán todos estos sucesos en nuestros
cuerpos. Conviene no pensar demasiado.
Quizás sea el momento de admitir que han florecido algunas certezas en el corazón de este nuevo
desierto.

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